Por Analía Melgar
Anita Mathieu es la directora del festival de danza más vanguardista de Francia. Al frente de Rencontres Chorégraphiques Internationales de Seine-Saint-Denis desde 2002, esta mujer francesa, intelectual, sensible, inteligente marca los rumbos no sólo del arte coreográfico actual, sino de las políticas culturales.
La decisión de programar a tal o cual artista es una entre las muchas que debe asumir Mathieu. Su festival había nacido en 1968 como el recordado Concurso Bagnolet, un evento competitivo que ella rápidamente transformó en festival de claro perfil internacional, que desde 2004, también coproduce parte de los espectáculos que exhibe. En su reciente edición (entre el 15 de mayo y el 8 de junio pasados), se vieron representantes de Países Bajos, Argentina, Italia, Francia, Algeria, Rusia, Marruecos, Suiza, Noruega, Irán, Bélgica, Alemania, entre otros.
La labor de Mathieu implica defender su propuesta estética y política ante los funcionarios del departamento de Seine-Saint-Denis, responsable en un 70 % de financiar este festival que sucede en teatros de los alrededores de París, fuera de los límites de la ciudad. La programación excéntrica, extrema, propicia la convivencia de pluralidad de cuerpos y hace estallar el concepto de danza. La apuesta es, definitivamente, ideológica.
¿Qué diferencias encuentra entre programar bajo gobiernos de izquierda y bajo gobiernos de derecha? ¿Qué políticas culturales imparte cada una de estas tendencias?
En Francia, hay, por un lado, una política de derecha y, por otro, una política de izquierda. En lo que concierne a la cultura, la política de derecha se desentiende completamente del sostenimiento de la creación contemporánea. A partir de la elección de Nicolas Sarkozis, todos los ámbitos de la cultura en Francia sufrieron recortes presupuestarios. Este gobierno de derecha busca parecerse a la política cultural de Estados Unidos –promover el mecenazgo para paliar la insuficiencia de crédito de parte del Estado–, pero es un sistema que no funciona. Los mecenas prefieren invertir en el patrimonio arquitectónico, en una gran exposición o en música clásica, pero no se acercan a la danza contemporánea, excepto a artistas de gran notoriedad.
En cambio, el gobierno francés anterior aplicó una política cultural para volver a la cultura accesible a poblaciones desfavorecidas. Por su tradición, la izquierda se involucra fuertemente en el sostenimiento del arte y de expresiones artísticas emergentes, y traza lazos entre el artista y la población. En el extremo opuesto, el gobierno actual no se preocupa en lo absoluto por democratizar la cultura.
Esto es importante en lo que concierne a Seine-Saint-Denis, departamento que tiene mucha población inmigrante, de familias modestas, pobres o empobrecidas. La acción del festival propicia la reflexión ciudadana, pública, para lo cual, se necesitan medios financieros y, por tanto, la voluntad de los gobiernos.
¿La danza es un arte costoso?
La danza es, sin dudas, el arte menos caro. De por sí, las compañías de danza tienen menos medios, en comparación con el teatro que disfruta de más escenarios, foros, estructuras, organizaciones. Los coreógrafos, excepto lo que disponen de un espacio propio para trabajar, tienen dificultades para ensayar y son menos remunerados que los artistas del teatro. Además, sobre los escenarios, en la danza en general y en particular en Rencontres Chorégraphiques, no suele haber decorados pesados ni grandes vestuarios: la prioridad es remunerar a los bailarines y tener un tiempo de ensayos suficiente.
¿Cómo definiría el estilo de la programación de Rencontres Chorégraphiques?
Definir el estilo del festival es complicado. Hay mucha variedad en su selección cosmopolita. Para mí, lo importante es estimular a artistas que cuestionan el mundo en el que viven, su país de origen y su espacio de trabajo. Entonces, cada uno aporta su mirada sobre la propia historia. Algunos de ellos reflexionan sobre el poder, la comunidad, el lugar de la política. Otros se confrontan con su espacio íntimo. Hay intensos cruces de formas híbridas. Algunos creadores muestran una narración más lineal, otros tienen una marca más abstracta. Lo que me interesa es la intensidad, la toma de riesgos, pero no deseo definir la búsqueda de un estilo particular, sino dejar las puertas abiertas. Incluyo piezas quizás frágiles en su confección, pero que tienen cierta potencia poética o emocional. A veces, hay cosas muy bien hechas que no transmiten nada.
Así como no define un estilo particular para las creaciones, ¿tampoco lo hay en los cuerpos protagonistas, es decir, en Rencontres Chorégraphiques no hay un modelo de cuerpo?
Los antiguos cuerpos de la danza estaban formateados sobre la base de algunos íconos. Hoy, lo que me interesa es la mirada de cada artista sobre su ambiente social y político. En la danza contemporánea, me atrae lo atípico, lo que se expone. Por ejemplo, Radhouane El Meddeb, tunecino, viene de una cultura diferente, oriental, en la que el cuerpo se hace visible, suelto, desanudado. En cambio, también se ven en Rencontres Chorégraphiques otros cuerpos con entrenamiento y una profesionalización diferente. En nuestro presente, la noción de autor coreográfico está vinculada a una diversidad del cuerpo para poder traducir en él un pensamiento artístico que no acepta globalizar ni el mundo ni las personas. Esa uniformidad no tiene ningún interés.
Frente a la diversidad de propuestas, ¿qué lugar le cabe al espectador?
Hace falta disponibilidad y curiosidad de parte del espectador: que adopte criterios independientes de los modelos en las revistas, la televisión y el pensamiento hegemónico. Es verdad que, en Rencontres Chorégraphiques, muchas obras proponen una transgresión que puede hacer que el público se sienta incómodo. Por ejemplo, Radhouane habla de su intimidad, de su homosexualidad, de su historia familiar. Entonces, sí, produce un trastorno, pero hay que atravesarlo. Más allá de los artistas, hay que ver la fuerza y la dimensión humana de la obra.
Es frecuente escuchar como definición: “La danza es movimiento”. ¿Cree que está definición está vigente?
Esperar que la danza ofrezca movimiento y desplazamientos es una coartada que se coloca el espectador a sí mismo. Hay otros desplazamientos más internos, menos espectaculares. Por ejemplo, en la reciente obra del francés Fabrice Lambert, hay mucho más que una mera quietud, sino que la obra varía y se refuerza a lo largo del tiempo, más que en el espacio. Si nos quedamos en la idea de movimiento, nos encerramos en esquemas que ya no representan el universo actual de la danza. Hoy existen manejos del tiempo diferentes, existen acercamientos a la plástica y a la organicidad del cuerpo, aunque no sean ejercicios espectaculares. Son obras que cuestionan ciertos acuerdos sobre lo real y sobre el mundo. No creo que haga falta la demostración de la movilidad.
Para que existan esos espectadores, ¿qué importancia tiene el trabajo que realiza el festival, de acercamiento a las comunidades de jóvenes?
Previo al inicio de cada festival, hacemos un trabajo para una población de más de 1000 jóvenes. Entre los jóvenes y los artistas, generamos encuentros, talleres, reflexiones. Además, así, los niños y adolescentes incorporan la noción de estar juntos, la idea de grupo, de comunidad, de contacto, porque a menudo viven en el aislamiento. Y también los ayudamos a formular su propia percepción y a poder expresarla, a mirar las obras abiertamente, a despertar la curiosidad. Este trabajo es fundamental. Los jóvenes que conozcan el arte hoy serán público adulto mañana.
Asimismo, ver cuerpos en escena es desestabilizante, en especial para hijos de comunidades muy religiosas, en las que el cuerpo no es tratado con libertad, sino con prohibiciones, códigos. Cuando estas problemáticas sociales y los caminos de la creación contemporánea son ofrecidos a los jóvenes, ellos están recibiendo el ingreso al mundo del arte. Esta es la forma de dar acceso democrático a la cultura.
Agradecimientos
A propósito de esta entrevista realizada en junio de 2008 en París, Revista DCO-Danza, Cuerpo, Obsesión agradece la cooperación de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y de la Embajada de Francia en México por su nuevo apoyo para este intercambio cultural que ha permitido acercar la danza del mundo hacia los lectores de América Latina, en continuidad con la labor iniciada en 2007.
Imágenes en este artículo
Irina Mueller, Therese Markhus y Diego Gil, en Creating sense, de Diego Gil (Francia, 2008). Foto: Roberta Marques.
Anita Mathieu es la directora del festival de danza más vanguardista de Francia. Al frente de Rencontres Chorégraphiques Internationales de Seine-Saint-Denis desde 2002, esta mujer francesa, intelectual, sensible, inteligente marca los rumbos no sólo del arte coreográfico actual, sino de las políticas culturales.
La decisión de programar a tal o cual artista es una entre las muchas que debe asumir Mathieu. Su festival había nacido en 1968 como el recordado Concurso Bagnolet, un evento competitivo que ella rápidamente transformó en festival de claro perfil internacional, que desde 2004, también coproduce parte de los espectáculos que exhibe. En su reciente edición (entre el 15 de mayo y el 8 de junio pasados), se vieron representantes de Países Bajos, Argentina, Italia, Francia, Algeria, Rusia, Marruecos, Suiza, Noruega, Irán, Bélgica, Alemania, entre otros.
La labor de Mathieu implica defender su propuesta estética y política ante los funcionarios del departamento de Seine-Saint-Denis, responsable en un 70 % de financiar este festival que sucede en teatros de los alrededores de París, fuera de los límites de la ciudad. La programación excéntrica, extrema, propicia la convivencia de pluralidad de cuerpos y hace estallar el concepto de danza. La apuesta es, definitivamente, ideológica.
¿Qué diferencias encuentra entre programar bajo gobiernos de izquierda y bajo gobiernos de derecha? ¿Qué políticas culturales imparte cada una de estas tendencias?
En Francia, hay, por un lado, una política de derecha y, por otro, una política de izquierda. En lo que concierne a la cultura, la política de derecha se desentiende completamente del sostenimiento de la creación contemporánea. A partir de la elección de Nicolas Sarkozis, todos los ámbitos de la cultura en Francia sufrieron recortes presupuestarios. Este gobierno de derecha busca parecerse a la política cultural de Estados Unidos –promover el mecenazgo para paliar la insuficiencia de crédito de parte del Estado–, pero es un sistema que no funciona. Los mecenas prefieren invertir en el patrimonio arquitectónico, en una gran exposición o en música clásica, pero no se acercan a la danza contemporánea, excepto a artistas de gran notoriedad.
En cambio, el gobierno francés anterior aplicó una política cultural para volver a la cultura accesible a poblaciones desfavorecidas. Por su tradición, la izquierda se involucra fuertemente en el sostenimiento del arte y de expresiones artísticas emergentes, y traza lazos entre el artista y la población. En el extremo opuesto, el gobierno actual no se preocupa en lo absoluto por democratizar la cultura.
Esto es importante en lo que concierne a Seine-Saint-Denis, departamento que tiene mucha población inmigrante, de familias modestas, pobres o empobrecidas. La acción del festival propicia la reflexión ciudadana, pública, para lo cual, se necesitan medios financieros y, por tanto, la voluntad de los gobiernos.
¿La danza es un arte costoso?
La danza es, sin dudas, el arte menos caro. De por sí, las compañías de danza tienen menos medios, en comparación con el teatro que disfruta de más escenarios, foros, estructuras, organizaciones. Los coreógrafos, excepto lo que disponen de un espacio propio para trabajar, tienen dificultades para ensayar y son menos remunerados que los artistas del teatro. Además, sobre los escenarios, en la danza en general y en particular en Rencontres Chorégraphiques, no suele haber decorados pesados ni grandes vestuarios: la prioridad es remunerar a los bailarines y tener un tiempo de ensayos suficiente.
¿Cómo definiría el estilo de la programación de Rencontres Chorégraphiques?
Definir el estilo del festival es complicado. Hay mucha variedad en su selección cosmopolita. Para mí, lo importante es estimular a artistas que cuestionan el mundo en el que viven, su país de origen y su espacio de trabajo. Entonces, cada uno aporta su mirada sobre la propia historia. Algunos de ellos reflexionan sobre el poder, la comunidad, el lugar de la política. Otros se confrontan con su espacio íntimo. Hay intensos cruces de formas híbridas. Algunos creadores muestran una narración más lineal, otros tienen una marca más abstracta. Lo que me interesa es la intensidad, la toma de riesgos, pero no deseo definir la búsqueda de un estilo particular, sino dejar las puertas abiertas. Incluyo piezas quizás frágiles en su confección, pero que tienen cierta potencia poética o emocional. A veces, hay cosas muy bien hechas que no transmiten nada.
Así como no define un estilo particular para las creaciones, ¿tampoco lo hay en los cuerpos protagonistas, es decir, en Rencontres Chorégraphiques no hay un modelo de cuerpo?
Los antiguos cuerpos de la danza estaban formateados sobre la base de algunos íconos. Hoy, lo que me interesa es la mirada de cada artista sobre su ambiente social y político. En la danza contemporánea, me atrae lo atípico, lo que se expone. Por ejemplo, Radhouane El Meddeb, tunecino, viene de una cultura diferente, oriental, en la que el cuerpo se hace visible, suelto, desanudado. En cambio, también se ven en Rencontres Chorégraphiques otros cuerpos con entrenamiento y una profesionalización diferente. En nuestro presente, la noción de autor coreográfico está vinculada a una diversidad del cuerpo para poder traducir en él un pensamiento artístico que no acepta globalizar ni el mundo ni las personas. Esa uniformidad no tiene ningún interés.
Frente a la diversidad de propuestas, ¿qué lugar le cabe al espectador?
Hace falta disponibilidad y curiosidad de parte del espectador: que adopte criterios independientes de los modelos en las revistas, la televisión y el pensamiento hegemónico. Es verdad que, en Rencontres Chorégraphiques, muchas obras proponen una transgresión que puede hacer que el público se sienta incómodo. Por ejemplo, Radhouane habla de su intimidad, de su homosexualidad, de su historia familiar. Entonces, sí, produce un trastorno, pero hay que atravesarlo. Más allá de los artistas, hay que ver la fuerza y la dimensión humana de la obra.
Es frecuente escuchar como definición: “La danza es movimiento”. ¿Cree que está definición está vigente?
Esperar que la danza ofrezca movimiento y desplazamientos es una coartada que se coloca el espectador a sí mismo. Hay otros desplazamientos más internos, menos espectaculares. Por ejemplo, en la reciente obra del francés Fabrice Lambert, hay mucho más que una mera quietud, sino que la obra varía y se refuerza a lo largo del tiempo, más que en el espacio. Si nos quedamos en la idea de movimiento, nos encerramos en esquemas que ya no representan el universo actual de la danza. Hoy existen manejos del tiempo diferentes, existen acercamientos a la plástica y a la organicidad del cuerpo, aunque no sean ejercicios espectaculares. Son obras que cuestionan ciertos acuerdos sobre lo real y sobre el mundo. No creo que haga falta la demostración de la movilidad.
Para que existan esos espectadores, ¿qué importancia tiene el trabajo que realiza el festival, de acercamiento a las comunidades de jóvenes?
Previo al inicio de cada festival, hacemos un trabajo para una población de más de 1000 jóvenes. Entre los jóvenes y los artistas, generamos encuentros, talleres, reflexiones. Además, así, los niños y adolescentes incorporan la noción de estar juntos, la idea de grupo, de comunidad, de contacto, porque a menudo viven en el aislamiento. Y también los ayudamos a formular su propia percepción y a poder expresarla, a mirar las obras abiertamente, a despertar la curiosidad. Este trabajo es fundamental. Los jóvenes que conozcan el arte hoy serán público adulto mañana.
Asimismo, ver cuerpos en escena es desestabilizante, en especial para hijos de comunidades muy religiosas, en las que el cuerpo no es tratado con libertad, sino con prohibiciones, códigos. Cuando estas problemáticas sociales y los caminos de la creación contemporánea son ofrecidos a los jóvenes, ellos están recibiendo el ingreso al mundo del arte. Esta es la forma de dar acceso democrático a la cultura.
Agradecimientos
A propósito de esta entrevista realizada en junio de 2008 en París, Revista DCO-Danza, Cuerpo, Obsesión agradece la cooperación de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y de la Embajada de Francia en México por su nuevo apoyo para este intercambio cultural que ha permitido acercar la danza del mundo hacia los lectores de América Latina, en continuidad con la labor iniciada en 2007.
Imágenes en este artículo
Irina Mueller, Therese Markhus y Diego Gil, en Creating sense, de Diego Gil (Francia, 2008). Foto: Roberta Marques.